Las vistas del monasterio son siempre espectaculares, incluso para los que las disfrutamos a diario. Una de las que más me gusta es desde la Casita de Arriba, un palacete neoclásico del siglo XVIII construido por Juan de Villanueva, a las afueras del pueblo, como lugar de esparcimiento para el infante Gabriel de Borbón, hijo de Carlos III. Sus jardines de estilo francés, casi siempre desiertos, son un remanso de paz, desde el que se disfruta contemplando el Monasterio y el colindante bosque de La Herrería, donde los gurriatos pasamos las tardes de paseo.
A finales del siglo XVI Felipe II, Rey de España, Sicilia, Nápoles, Portugal y de las Indias, Soberano de los Países Bajos y Duque de Borgoña, era el monarca más poderoso del momento, con un imperio repartido por todo el mundo, pese a no haber heredado el título de emperador.
El rey deseaba construir un panteón para enterrar a su padre, el emperador Carlos I de España y V de Alemania, que además conmemorara la victoria sobre los franceses en la batalla de San Quintín, que tuvo lugar el día 10 de agosto de 1557, festividad de San Lorenzo. El lugar elegido fue la villa de El Escorial, al pie del pico Abantos, a nueve leguas de Madrid, rodeada de bosques y caza, con buen suministro de agua y canteras de granito próximas. Se encargó la tarea a Juan Bautista de Toledo, que murió a los pocos años, ocupándose su discípulo, Juan de Herrera, quien daría nombre al estilo del edificio, herreriano. La construcción duró 21 años, desde 1563 hasta 1584.
El conjunto engloba una basílica y dos palacios, con 15 claustros, 16 patios y 300 habitaciones, y rodeado de jardines. En sus subterráneos se encuentran el Panteón de Reyes, construido por Felipe III y IV, y el Panteón de Infantes. Desde 1875 comparte espacio el Real Colegio Alfonso XII, fundado por iniciativa de ese rey, donde estudian cientos de niños.
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