Pisang
Las banderas ondean al
viento, transmitiendo las oraciones que tienen impresas; junto a los caminos
hay hileras de rodillos de oración que se hacen girar al pasar junto a ellos
para que repitan el 'om mani padme hum' escrito en su interior cientos de veces; en
ocasiones hay un chorten en el camino, pequeño templete que debe rodearse por
la izquierda. La cabecera del río Marsyandi, al pie del
Annapurna, es una zona budista de fuerte influencia tibetana, aunque geográficamente
está dentro de Nepal.
Llevamos casi una semana caminando desde el inicio
de la ruta en Dumre, a 440 m de altitud, hasta alcanzar Pisang, a más de 3000
m. Somos veinteañeros escasos de fondos, y por eso dormimos en los alojamientos
más baratos y cargamos pesadas mochilas con tiendas y comida de altura, que
necesitamos para nuestra subida al Chulu West, cuya nevada cumbre puede verse
ya desde Pisang.
Con una dieta de arroz con vegetales –no verduras,
porque algunas cosas verdes son simples hierbajos– y poco más, y muchas horas
al día de marcha, estamos fuertes pero escuálidos. Eso, y las prisas en llegar
al campo base del Chulu, a casi 5000 m, resultan demoledoras. Aunque el paisaje
es espectacular, acampados en una morrena con el Annapurna enfrente, estamos
agotados y algunos afectados por la altura. El que quizá sea más fuerte
físicamente acaba derrotado y entra en coma, con edema pulmonar y cerebral. Una
agotadora bajada en una camilla improvisada, y una sucesión de afortunadas
casualidades, entre ellas un médico francés de vacaciones, hacen que nuestro
compañero, que todo apunta a que está muerto, salga adelante sin ninguna
secuela.
Ha sido un turbulento desenlace, pero afortunadamente
de nuevo estamos todos en camino, bajando de la montaña, malcomiendo el insulso
'fried rice with vegetables', pero
disfrutando de uno de los trekking más espectaculares que pueden hacerse en
todo el mundo.